jueves, 14 de abril de 2011

“CONFUSION” La tarde del 2 de octubre del 68.


La luz desvanecía y una fuerte lluvia nos cubría, era espesa, un poco rara, pero eso no nos importaba, lo único que pensábamos era estar a salvo de algo que estaba y no sabíamos a ciencia cierta que era.

            Por la tarde nos habíamos reunido en la casa de Laura, íbamos a la Plaza de las Tres Culturas a unirnos como estudiantes a la lucha contra el gobierno represivo de “La Changa” como le llamábamos al Presidente Díaz Ordaz.

            La cita era a las 5:00, casi estábamos todos y solo teníamos que salir del edificio Chihuahua. Muchos estudiantes, al igual que nosotros, caminaban hacia la reunión, los veíamos por la ventana. Bajamos aún comentando varios puntos de manifestaciones anteriores, quienes habían estado, quienes no y porque. Cuales habían sido los resultados, y esa provocación que se había hecho hacía unos días. Porque esos estudiantes debían agredirse, aún sin sospechar a lo que iba a parar esa riña.

            Nos encontramos poco a poco a otros compañeros y nos fuimos dispersando. Lena, Arturo y yo quedamos juntos, los demás fueron quedando en el camino y algunos tomaron otros rumbos con otros camaradas.

            De repente, una luz de bengala, y comenzamos a escuchar algunas detonaciones. Estábamos confundidos, no sabíamos que pasaba. Nos abrazamos y buscábamos a nuestro alrededor. Había un gran alboroto. Vimos gente corriendo hacia diferentes direcciones, desesperados, gritando y maldiciendo al gobierno represivo. Gente persiguiendo, gente huyendo…

            Nosotros paralizados, nos atropellaban las turbas de compañeros. Una alcantarilla cerca, un espacio para resguardarnos de algo que no sabíamos que era, pero lo suponíamos. Después de todo, ya había habido represalias en reuniones y mítines anteriores, ya había presos políticos y algunos desaparecidos que no sabíamos “a ciencia cierta” dónde estaban, obvio “DESAPARECIDOS”.

            Estábamos en medio y lo importante era estar a salvo. No alcanzábamos a regresar a la casa de Laura así que nos clavamos en la alcantarilla. Desde ahí escuchábamos los disparos, las pisadas, los gritos, el llanto de algunos compañeros, la desesperación, la confusión…

            Era difícil quedarse ahí, estático e inerte, pero era complicado salir, teníamos miedo y ya habíamos encontrado un resguardo, una guarida. Fueron muchas horas, mucho tiempo, muchos minutos, una eternidad... Lena, al bajar a la alcantarilla, se había roto la espinilla. Lloraba en silencio no solo por el dolor físico sino también por las emociones que nos embargaban: miedo, coraje, angustia, desesperación, impotencia, confusión... Lloramos juntos abrazados en varias ocasiones, si salíamos de esta… si salíamos de esta…

            Constantemente le preguntábamos si estaba bien. Claro que no estaba bien, claro que ninguno de nosotros estábamos bien. Estabilizamos su pierna con nuestros suéteres, pero no era suficiente. No se nos ocurría nada más.

            En el inter, mil cosas pasaban por tu cabeza. Tu familia, tu pasado, tus pendientes, tu futuro, quizá ya no importaba tanto. 

            Todo se calmó de repente, pero aún no estábamos seguros de poder salir del escondrijo. Quizá solo era un momento de silencio y la persecución continuaría. Escuchábamos algunas voces, algunos lamentos, algunos susurros, algunos lloriqueos, pero después nada. Era todo silencio, casi total.

            Poco tiempo después, o mucho, comenzó a llover. Era una lluvia espesa que nos cubría. Quedamos quietos de nuevo. Se escuchaba movimiento. Pasaron horas, minutos o quizás segundos, pero todo era eterno con respecto al tiempo. Volvió la calma de nuevo pero ya casi amanecía.

-          ¿Salimos?- preguntó Arturo.
-          Quizá aún no es seguro- contesté.
-          Pues no lo sé pero ahora sí me siento muy mal- replicó Lena con el rostro desfigurado del dolor.

Lentamente recorrimos la reja y me asome. Nada había pasado. ¿Un sueño? Como iba a ser un sueño, Lena estaba lastimada y ¡todos estábamos bañados en sangre! ¿Qué había pasado realmente? No había rastros de la tarde y noche anterior.

Salimos despacio y observando a nuestro alrededor. Caminamos hacia el edificio cargando a Lena pero despacio. Probablemente alguien nos vería y nos ayudaría o nos matarían a nosotros también. Aunque no vimos sabíamos que había estudiantes muertos, heridos y secuestrados.

Esto era una tragedia, ¡cómo pudo pasar! Pero no podíamos esperar menos de nuestro “querido presidente” que ya había anunciado su hartazgo ante su prudencia y tolerancia hacia los revoltosos estudiantes comunistas:

-         “Hemos sido tolerantes hasta excesos criticados”- dijo Díaz Ordaz en su IV informe de gobierno el 1º. de septiembre de 1968- “todo tiene un límite, no podemos…”- y fue interrumpido por una ovación de aplausos del congreso cómplice- “no podemos permitir ya, que se siga quebrantando irremisiblemente el orden jurídico, como a los ojos de todo mundo ha venido sucediendo”….

Exactamente un año después asumía toda la culpa sin hacerlo. “Los estudiantes comenzaron”. “Al fin, ¡fueron menos de 30 muertos entre soldados y civiles!” Que desfachatez, era increíble su discurso. Pero no pasó nada, el asesino no fue castigado, no existía.

La historia se había escrito, miles de estudiantes impunemente asesinados, otros tantos desaparecidos, otros más concentrados en la 1ª. zona militar, y algunos más presos en Lecumberry…. Esto no era lo esperado, lo esperado era una solución, no una masacre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario